domingo, 1 de diciembre de 2013

Capítulo 15

¡Ya está aquí!
Pues sí, y es que realmente tenía muchísimas ganas de subir este capítulo. Llevo un par de semanas trabajándolo y dándole vueltas en mi cabeza, pero con todos los exámenes a la vuelta de la esquina y los trabajos por hacer, no ha habido forma de escribirlo antes. Para mi, es uno de mis capítulos favoritos, no sé, simplemente quedé enamorada de Clanderdon desde el momento en que empezó a construirse en mi imaginación. He intentado plasmarlo lo mejor posible, y sí, hay mucha descripción, tal como Marta quería, y sí, ¡es el más largo escrito hasta ahora! Jajaja. Espero que lo disfrutéis tanto como yo lo hice mientras lo escribía, y no dudéis en hacerme saber vuestra opinión, siempre es muy emocionante. Sin nada más por ahora, os dejo sumergiros en Clanderdon.
Un abrazo enorme.


Al principio no pudo ver nada. La luz lo cegó momentáneamente, y después, tras haber parpadeado numerosas veces consiguió enfocar bien con sus ojos.
La imagen que se abría ante él lo paralizó por un instante. No era una imagen terrorífica en absoluto, pero sintió un gran estupor, tal vez porque nunca se había parado a pensar cómo sería Clanderdon, y si alguna vez lo había hecho, nunca la había imaginado de esa forma.
Ante él se abría una enorme calle principal. Casitas bajas de madera de una sola planta se agrupaban a ambos lados de la calle. El suelo era una explosión de color debido a lo que parecían pétalos de distintas flores que llovían por todos lados. Delante de la mayoría de casas había mesas largas repletas de alimentos, sobre todo pasteles que embriagaban el aire con un perfume dulzón o lo que a Erik le parecieron frutas de llamativos colores y formas retorcidas. Aunque también había más cosas en estas mesas. Juguetes de madera finísimamente tallados, joyas de gran tamaño que refulgían bajo la luz del sol o puestos de diferentes actividades deportivas como el tiro con arco o el lanzamiento de pelotas para intentar derribar unos extraños bolos.
Pero lo que más llamó la atención del joven fue el variopinto conjunto de personas que poblaban las calles. El gentío se movía en masas que reían, danzaban, saltaban, hacían equilibrios, corrían o narraban numerosas historias. Y fijándose mejor, se podía comprobar que pertenecían a distintas razas.
Unos guerreros ataviados con sus formidables espadas trataban de cortejar a unas hermosas elfas que intentaban vender la caza de ese día. Más allá, en un estanque enorme rodeado por gradas repletas de gente, los aquem saltaban como delfines con suma elegancia, atravesando aros de humo de colores que los magos hacían aparecer a alturas de vértigo. El público aguantaba la respiración, expectante, y cuando los seres semiacuáticos lograban superar la prueba, las gradas rompían en aplausos y gritos de sorpresa, seguidos de exclamaciones de admiración hacia los aquem. Los hechiceros sonreían orgullosos y dejaban caer cortinas de humo a su alrededor que ardían con destellos dorados. Sobre sus cabezas, decenas de hadas y silfos con alas de delicados colores, finas como la seda, sobrevolaban la ciudad, transportando ramos de flores y largas guirnaldas que volaban siguiendo al viento, decorando los tejados de las casas.
Los ferix, con sus miradas del color del fuego, danzaban alrededor de una enorme hoguera que habían encendido en el centro de lo que parecía una inmensa plaza. Muchos de ellos se lanzaban antorchas que recogían con agilidad, creando temerarios círculos en llamas. Otros se acercaban a la hoguera, metían las manos dentro y sacaban bolas de fuego que subían al cielo. Pero sin duda, los más impresionantes eran los escupefuegos. De sus bocas salían llamaradas que crecían y adoptaban formas variadas. Los tambores resonaban sin cesar, ambientando la escena para el número final. Todos los ferix se sentaron formando un gran círculo mientras seguían gritando palabras sin significado, que sonaban como el chisporroteo de las llamas devorando a su presa. De repente, una hembra ferix se instaló en el centro del círculo, inmóvil de pie ante todos. Los gritos se acallaron con rapidez. Erik se acercó para verla mejor. Era muy hermosa. Alta y esbelta como todos los ferix, pero con fuertes extremidades para la lucha. Su piel tostada contrastaba con el suave color de sus ojos, de un tono anaranjado como los primeros rayos de sol que inundan el cielo en un amanecer. Llevaba un pantalón corto y una camiseta ceñida que le dejaba al descubierto parte del torso inferior desde el ombligo, ambos del color de la arena. Del cinturón que descansaba en su cintura pendían varios cuchillos y una pequeña cerbatana. Su cabello negro caía en rizos por su espalda. De repente, cerró los ojos mientras levantaba el rostro al cielo. Los tambores resonaban cada vez más fuerte, con impaciencia. La joven respiró lentamente, dejó que sus pulmones se llenaran por completo, y cuando sintió que estaban a punto de estallar, sopló.
De su boca salió una llamarada inmensa, muchísimo mayor que todas las que Erik había visto antes. Ésta empezó a temblar y a moverse, hasta adoptar la forma de una criatura gigantesca. Sus ojos, rojos como el rubí, destilaban furia contenida mientras el ser mostraba unos afilados colmillos. Batía con fuerza sus alas, que se extendían envueltas en llamas como el manto del mismísimo señor del infierno. Sus escamas brillaban en pequeñas lenguas de fuego abrasador. Era un dragón.
La imponente criatura se elevó, veloz, hasta las alturas. Sin previo aviso giró y empezó a caer en picado, en dirección al centro del círculo de ferix. El dragón abrió sus fauces y engulló a la joven que no se había movido de su lugar. En cuanto tocó el suelo, el fuego se apagó, dejando una densa nube de humo en el centro del círculo. Cuando el humo se disipó, todos los espectadores pudieron comprobar que la chica había desaparecido. En su lugar, una única pluma de ave se consumía bajo el mortal beso del fuego.



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